Nuevo mural sobre calle San Martín
Una nueva intervención artística quedó plasmada sobre calle San Martín, en casa central. Es una obra del reconocido artista Mario Lange. Participaron estudiantes de las escuelas secundarias de Crespo.
La intervención representa, a partir de los valores y principios cooperativos, la historia y presente de nuestra entidad, destacando su accionar constante en beneficio de la comunidad y el medioambiente.
El artista Mario Lange, que pintó este mural con la colaboración de más de 200 estudiantes de escuelas secundarias de la localidad de Crespo, recorre el país para intervenir plazas, escuelas, puentes y edificios públicos. Y se inspira en los entornos naturales de cada ciudad que visita. En esta ocasión, el mural que pintó sobre las paredes de casa central es el número 1.452 desde que se inició como artista; y Crespo es la ciudad 1.208 a la que llega para desarrollar su arte.
Para conocer quién es Mario Lange, un artista que primero fue albañil, diseñador, empresario, constructor y hoy lidera la vanguardia artística, compartimos parte de una nota que le realizara el periodista Gustavo Sánchez Romero, para Análisis.
Mario Lange nació en Strobel y en San Luis fundó su empresa constructora, la que dejó para ser uno de los pintores más respetados. Autodidacta para casi todo, aprendió los avatares de la construcción de su padre albañil, y con espíritu inquieto y rebelde corrió detrás de su naturaleza desbocada que le mostró a los 44 su verdadera vocación. Pero qué es el tiempo para un hombre que vive el día a día, que camina mirando sus pies, y que decidió formar su empresa y 20 años después la cerró con 70 empleados para dedicarse al lienzo y los murales. Diseñador por impulso, hoy pinta casas, escaleras, ventanas para todo el mundo, que reconoce su obra y que le permite facturar hasta 3 millones de pesos al mes. Lleva más de 1.400 murales en escuelas y edificios y una obra innumerable. La vertiginosa e inasible vida de un hombre que vive en un hotel, diseña el packaging de muchas empresas, no escucha la crítica, tiene una hija a punto de recibirse en Bolonga y que, a pesar de seguir atado a los recuerdos de libélulas y cigarras en los montecitos entrerrianos, maneja la tecnología como un millennials y convierte su arte en una mercancía deseada. Un entrerriano fuera de serie al que aún se le debe su merecida ponderación.
No hay secretos en su camino. Lange hace un culto de la simpleza, y allí también ancla la estrategia de su marketing que le permitió ser uno de los pintores más populares, con más de mil murales en todo el país y un número inabarcables de obras en distintos formatos y soportes que hoy circulan por el país y el mundo. Ese es Mario Lange. El que quería demostrar “que nada tiene más fuerza que el arte, y que se puede vivir de lo que uno hace”. Sólo se requiere una condición: pasión.
El mismo lo cuenta de un modo que parece simple, asequible para cualquier hijo de vecino. Pero se olvida que él es hoy uno de los pintores más populares y exitosos de la Argentina. Mario Lange dice esta boca es mía cuando relata su historia emotiva.
-Te voy a contar mi experiencia de cómo empecé a pintar. Por qué soy artista. Yo tenía una empresa constructora y como hobby hacía casas. Me empieza a gustar el arte y pongo obras mías a las casas que vendía y estas casas se vendían más rápido. Entonces vi que a través del arte podía vender la casa. Era un concepto distinto. Yo le ponía una casa, vos entrabas a verla y eso hacía que el tipo cambie la visión. El arte ayudaba a vender la casa. Si vos entrás a mis redes sociales verás que mis murales están enumerados. Pinto mi primer mural a los 45 años. No era artista, no me dedicaba al arte. No había estudiado nada. A los 44 años me dio por primera vez a pintar algo. Entonces el Gobierno de San Luis me impide pintar porque no era artista. Entonces decidí algo distinto. Pinté más de 200 escuelas con fondos míos en señal de protesta. Pero hice algo más. Sumaba a los niños a pintar. Yo hacía una obra y los niños me acompañaban. ¿Qué pasó? El Gobierno de San Luis me contrata y pinto toda San Luis; si vas a la provincia hoy la verás toda intervenida. El arte tiene una fuerza que no la tiene nada ni nadie. El arte iguala las pasiones.
Antes contará que fue albañil hasta los 23 años, cuando decidió viajar a San Luis y formar su empresa constructora. La que encabezó hasta que decidió cerrarla. “Cerrar la empresa tuvo un costo altísimo. No tuve juicios laborales con 70 empleados. Me costó cuatro casas, camionetas, autos, motos, pero indemnicé a todo el mundo y me dediqué a hacer lo que quería. Y la construcción me gustaba, pero el arte me gustaba más. A los 46 me di cuenta. La vida quiso que fuera a esa edad, y no a los 30”.
-Vayamos a la segunda pata de las cuatro que lo definen…
-La escultura me encanta. Trabajo en chapa, madera, fibra de vidrio. El hecho de tener una empresa constructora me permitió trabajar mucho tiempo con muchos materiales. Y a la hora de planificar una obra no tengo muchos problemas de cómo la voy a hacer. Me enfoco en el diseño y después ya sé cómo se hace. La pintura de obra se divide en dos: una que es abstracta y otra que es más figurativa. Verás que todas mis obras son casas con caras. Eso es lo que la identifica. Me pasé la vida haciendo casas, y cuando logré tener dinero las diseñé. Después pasé al arte. A los 32 económicamente estaba bien y empiezo a diseñar casas y me hago conocido como diseñador, y a los 44 empiezo a pintar para darle valor a mis diseños de viviendas.
-¿Cómo construyó su marketing?
-Yo creo que la simpleza de mi obra es el mejor mensaje. Soy un tipo humilde. Vas a mi taller y yo estoy pintando, y lo que quieras preguntar lo podés hacer sin problemas. No tengo secretos de lo que hago. Eso hizo que sea el artista que soy hoy. Yo voy a una escuela y los chicos “pegan onda” conmigo en tres minutos. Yo no sé si son los colores o las formas o el diseño simple de la obra, pero tengo esa energía con la gente. Esa empatía necesaria. Y después voy a un mural y la gente se prende. Todos se sienten parte de la obra.
-Siente una compulsión hacia lo colectivo…
-Sí. Si voy a una escuela y son 800 chicos, pintan los 800. Ahora estoy con 12 mil chicos, a la vez y todos juntos. Pasa algo hermoso. El chico toma el pincel y pinta un pedacito muy chiquito. Pero va a su casa, trae a la madre y a la abuela y le muestra la obra completa que pintó. Porque se apropia de toda la obra. Y está muy bien y es hermoso. Es genial.
¿Por qué el empresario entrerriano es tan reacio a comprar arte local?; ¿Ve algún cambio?
-No está cambiando y no va a cambiar por el momento. Es la ley natural de oferta y demanda. Generalmente, en todas las ciudades hay artistas talentosos… pero están enojados con la vida. En mi caso, viene un comprador y quiere mi obra y estoy feliz que se vaya. Me encanta. No tengo ese raye de quedármela por H o B. Si a Borges se le hubiese pasado no vender sus libros no lo conocería nadie.
-¿Cuántos murales lleva pintados?
– Tengo 1.460 murales. A las obras no las cuento.
-¿Cómo se lleva con la exportación de sus obras?
-Es muy difícil vender obras afuera. Una de las últimas obras que vendí no la pude sacar de la Argentina. Vendí cuatro obras a EE.UU. y no pudieron salir. A Europa es un poco más fácil pero las tiene que llevar el comprador personalmente, y eso lo complica todo. Tenés que tener la suerte que no te agarre un tipo jodido en la Aduana.
- ¿Cómo son sus hijos?
-Tengo una hija viviendo en Europa que está estudiando Dirección de Negocios Globales y se recibe en enero, y tengo un hijo de 19 que vive en Recoleta, Buenos Aires. Mi hijo es una generación que no estudió, tiene una empresa con 19 años con clientes en tres países. Vos y yo, con 19 años, estábamos pescando en el río. Él vive de la tecnología, viajando. Fue a conocer a una persona en Formosa, de allí se fueron a Bariloche, y de ahí a México. Su laburo está en otro lugar, y ellos vinculan los negocios, la tecnología y las redes.
- ¿Cómo define a su pasión?, porque me está respondiendo como si yo fuera el editor de la sección cultura del New York Times.
-Sí, sí. Yo no hago nada que no me guste. Nada. Yo no hago bosquejos de una obra. Vos me contratás para hacer un edificio de 50 metros de altura. No hay bosquejos. Se pierde la magia. Tampoco soy un tarado. Sé qué es lo que vos querés y dentro de mis ideas, perfiles y conceptos voy a acercarme lo más que pueda.
-Eso requiere una alta cuota de confianza en sí mismo.
-Bueno, sí. Es confianza. Soy un tipo de no quejarme de nada, me ayuda. Esta noche vendrá gente a ver como yo pinto. Y se acercará y me preguntará…y no me molesta. Puedo pintar, tomar un vaso de agua, comer un sándwich y hablar con la gente. Puedo dividir mi cabeza en tantas partes como lo necesito. Vos llegás a mi galería y viene la señora que estudió 77 cursos de arte y quiere ver cómo se hace una obra. Bien. No hay problema. Quito la obra que estoy haciendo y pongo una nueva hoja y empiezo de nuevo la obra sin problemas. Eso es parte de lo que hago y me apasiona hacerlo. Mi hijo siempre me regañaba porque yo contaba todo lo que me preguntaban y él se enojaba. Yo le decía: “Álvaro, el talento no se traslada y por qué le voy a negar la ayuda a alguien que me lo pida”. Yo me puedo sentar junto a Messi mil horas y él me contará cómo hace y aun así nunca voy a hacer nada de lo que él hace.
-¿Cómo se lleva con el dinero? ¿Cuál es su relación con lo material?
-Soy un tipo muy desapegado a todo. Una de las cosas que aprendí es ser desapegado, no se proyectar. Vivo del presente siempre, y eso es un resabio de la pobreza. No proyecto. Me levanto y vivo el día a día. Tengo una cosa espiritual en eso. Porque naturalmente soy así. Y después tengo una esposa contadora desde hace 32 años. Ella es muy buena administradora.
-¿Cómo se ve cuando hoy mira hacia atrás y ve a su padre levantarse a la cinco de la mañana para hacer una loza?
-Mi hija se recibe este año en la universidad de Bologna y su padre fue albañil. Esa es la síntesis.
-¿Por qué esta provincia no le da el reconocimiento que se merece?
-Dalí no lo tuvo hasta que se murió. Liotta (Domingo) me llamó para diseñar el monumento por sus 50 años. Estuvimos tres días juntos trabajando. Y terminó muriendo y aún no lo reconocieron. Y Liotta era más groso de lo que la gente cree. Era humilde y genial. Hace cuatro meses murió.
- ¿Nunca lo llamaron de la provincia de Entre Ríos?
-No, nunca me llamaron. Pinté en la Villa Libertador y ahora en Crespo, pero gracias a la insistencia de las maestras. Yo creo que no tienen empatía para el arte. Vuelvo hace 40 años a Diamante y lo veo igual. No cambia, está exactamente igual. Ni siquiera se asfalta la calle que va del Hospital a la plaza desde hace 70 años. Y pasan los gobiernos de todos los colores y creo que es un problema cultural. Si vas a Villa Libertador San Martín y entrás a la municipalidad parece una oficina de Google en Sillicon Valley.
¿Tiene esperanza en los niños?
-Sí. Sino no haría lo que hago. Yo no pretendo que todos sean artistas, simplemente quiero mostrar que del arte se puede vivir. Generalmente los padres quieran que sean abogados, y son abogados que viven bien, pero son tristes y están enojados. De todo se puede vivir, pero tenés que ponerle pasión, y esa es la principal condición.